Arnaldo Otegi (Elgoibar, Guipúzcoa, 1958) ha contestado desde la celda el largo cuestionario de Berria. Está en la cárcel desde hace cinco años, condenado en el caso Bateragune. Es uno de los principales agentes de que ETA haya dejado atrás el ciclo histórico armado. Sigue la situación política de cerca (pero desde dentro). Considera que el País Vasco debe “priorizar” la independencia, inscribiendo en ella la agenda de las consecuencias del conflicto. La entrevista la realizó Iñaki Petxarroman.
El proceso de resolución del conflicto
ETA ha anunciado que ha destruido su estructura armada y logística. ¿Qué importancia tiene esa decisión?
La decisión, en sí, me parece la consecuencia lógica y coherente del paso dado en su momento en punto a la finalización definitiva de la lucha armada. Es decir, que una vez tomada la decisión, la destrucción de toda la estructura de ETA y el desarme son los únicos escenarios posibles. En el ámbito político, en cambio, la importancia de la decisión es grande, porque, al cabo, se inscribe en la lógica de la unilateralidad y, por tanto, el paso se da con la mirada puesta en las necesidades del proceso, y en modo alguno en los estados.
El Gobierno de España ha respondido como siempre, diciendo que lo único que debe hacer ETA es disolverse.
Tenemos que analizar con gran rigor cuáles son los intereses del Estado en este momento histórico. Una cosa es lo que dice y otra, seguramente, lo que le interesa. A menudo, lo que se dice en la política pública ordinaria no es más que la máscara de lo que de verdad se quiere. Por ejemplo, ¿acaso no decían cada día que la izquierda abertzale debía apostar por las vías democráticas? Y, cuando lo hicimos, nos detuvieron y encarcelaron… Y lo mismo puede decirse de las peticiones de desarme que se hacen a ETA, ya que, cuando los observadores internacionales dieron el primer paso, los llevaron a la Audiencia Nacional.
¿ETA debe seguir desarmándose?
A fin de dar los pasos decisivos en el proceso de liberación que este país tiene entre manos, hay que responder con rigor las siguientes preguntas: ¿interesa al Estado la disolución y desarme de ETA? ¿Y a nuestro país? Y, aunque ésas son preguntas que hay plantear en el ámbito de las consecuencias, en el del conflicto político también ha llegado la hora de contestar ese tipo de preguntas: ¿es posible conseguir con este Estado un acuerdo democrático que contenga el reconocimiento nacional y el derecho a decidir del País Vasco? Sólo avanzaremos si contestamos estas preguntas con rigor y corrección.
Urkullu se negó a reunirse con los mediadores McGuinness y Powell en la última visita de éstos a Bilbao. ¿Qué le parece?
Yo, con todo el respeto, de entrada diría que cada cual es dueño de sus decisiones. No querría entrar en polémicas con Urkullu. Pero, dicho esto, me parece que, con esa decisión, deja en mal lugar esa fama de hospitalarios que tenemos los vascos en todo el mundo y, por tanto, está muy lejos de la voluntad de la sociedad vasca. Más allá de todo eso, me resulta muy doloroso ver la distancia con que el lehendakari se comporta con esos observadores internacionales (para regocijo del PP) y, en cambio, la voluntad que muestra para conversar y llegar a todo tipo de acuerdos con los contrarios a la paz en este país.
Aunque ETA y la izquierda abertzale han dado pasos, existe la impresión de que el proceso de paz está estancado. ¿Cree que tiene futuro?
Este proceso no lo definiría como proceso de paz, puesto que éstos deben cumplir una condición: el compromiso y voluntad de acuerdo de todas las partes. Aquí, sólo el independentismo ha mostrado ese compromiso, de palabra y acción. Por tanto, éste es un proceso de liberación para cuyo desarrollo la izquierda abertzale ha renunciado a entender el uso de la violencia armada y en que ETA ha declarado el fin de la lucha armada. El Estado, en cambio, no ha realizado ni realizará dicha apuesta, porque la violencia le resulta necesaria para negar la palabra y la decisión a este pueblo.
¿Por qué piensa que los estados han tomado la decisión de cerrar todas las puertas de salida?
Nuestro cambio de estrategia y la crisis civilizatoria que se da a escala mundial han agrietado los fundamentos del Estado español —empezando por la crisis de la monarquía y acabando por los ámbitos económico o territorial—. Esa situación ha dejado al Estado sin margen de maniobra. En la época de la transición, tenía la oferta de la autonomía, y ése fue el cebo para hacer frente al independentismo. Esa fase se ha acabado, la hemos agotado.
¿Cuál es la situación actual, pues?
Hay que añadir a todo eso otro factor de importancia estratégica: tanto en Europa (Escocia, Flandes…) cuanto en el Estado español (Cataluña o el País Vasco) es cada vez más evidente la capacidad del independentismo de aglutinar amplias mayorías sociales. Por eso, se han encendido todas las alarmas en el Estado, y su único objetivo es ganar tiempo, practicando para ello el inmovilismo —y tengo la sospecha de que no es el único que está haciendo eso—. En el caso del País Vasco, está utilizando la cuestión de las consecuencias del conflicto para ganar tiempo, con un único objetivo: que no se ponga en marcha otro proceso como el de Cataluña.
En un acto público, la izquierda abertzale reconoció haberse comportado con “frialdad” con las víctimas de ETA. No obstante, muchos le exigen más, denunciando que eso es una decisión táctica, y no ética. ¿Qué les diría?
Viendo ese tipo de críticas o muchas de las reflexiones realizadas desde una perspectiva de gran cerrazón, a menudo siento un punto de decepción. Por ejemplo, me parece terrible oír que las cosas tienen que moverse antes de diciembre, porque, si no, en época de elecciones, serán más difíciles —estoy seguro de que Paul Ríos siente lo mismo (¡desde aquí todo mi apoyo y ánimo!)—. Cuando oigo cosas así, a menudo pienso: ¿éste es el nivel que tenemos en este país la clase política, los medios de comunicación, etc.? ¿Tan rápidamente hemos olvidado la situación que teníamos apenas hace siete años? ¿Y las heridas y el sufrimiento que todavían están por cerrar?
Pero ¿la izquierda abertzale debe ir más allá?
Mire, el trabajo para que cambiara la estrategia de la izquierda abertzale fue demasiado terrible y duro, implicó demasiada tensión, como para andar ahora con ligerezas en torno a algunas cosas. Nosotros hablamos de ética revolucionaria, porque no hay una única ética, del mismo modo que no existe un único relato. Por tanto, quien dice que tomamos la decisión sin considerar factores éticos no dice la verdad. Pero es claro que nuestros principios éticos no son los de la ética burguesa (y quien quiera saber qué es la ética burguesa que mire lo que ha hecho el PP con la ley del aborto, es decir, cambiar por algunos miserables votos lo que era un principio sagrado).
¿Cuáles son sus principios éticos?
Una vez leí a Fidel Castro que todo revolucionario que lucha por otra sociedad, si puede, debe optar por la vía que genere menos sufrimiento. La izquierda abertzale tiene que pensar sobre eso. Pero, dicho esto, y para poner las cosas en su sitio, añadiría que no somos los únicos. Los estados tiene una responsabilidad histórica tremenda. Nosotros, además de reconocer ante nuestro pueblo nuestras responsabilidades, las hemos pagado caras, y las seguiremos pagando. Sin embargo, eso no me preocupa; antes bien, me alegra, porque demostramos que también en eso somos distintos.
Los presos y el caso Bateragune
Los presos solicitaron ser trasladados al País Vasco, pero no han recibido respuesta afirmativa. ¿Por qué?
La razón es simple: el independentismo vasco, mientras se ocupe de las consecuencias del conflicto, no pondrá en marcha el proceso independentista y, por tanto, no se abrirá en el Estado un segundo frente, junto al de Cataluña.
El gobierno francés ha acercado a unos pocos presos. ¿Podría haber algún tipo de desacuerdo en este tema entre París y Madrid?
No podemos olvidar el camino que ambos estados han hecho juntos contra nuestro país durante estas largas décadas. No obstante, estoy seguro de que la dinámica social y política que se ha desarrollado con gran fuerza en el País Vasco del Norte agrietará la cohesión interna del gobierno francés. Hay que ahondar en esa vía.
Los presos han reconocido el daño causado. En lugar de valorarlo, los partidos y el Gobierno vasco les han exigido que reconozcan que ese daño ha sido “injusto”. ¿Qué le parece?
A mí, al menos, las víctimas directas jamás me han planteado nada semejante. Por tanto, las nuevas exigencias, que cambian continuamente, carecen de todo objetivo ético, sino que éste es político. Aquí, lo que quiere el PNV es muy concreto: que la izquierda abertzale reconozca que, en 1977, hizo una diagnóstico de la transición política de todo punto erróneo y que, además, lo haga públicamente.
Y ¿cuál fue el diagnóstico?
Pues que sería imposible para este país obtener sus derechos en el marco jurídico-político derivado de la reforma del franquismo. Otros partidos, el PNV incluido, defendieron lo contrario, apoyando la reforma del franquismo. Han pasado 35 años y, para saber quién acertó —de pleno, además— en su diagnóstico basta con mirar a Cataluña, o escuchar las últimas declaraciones del señor Erkoreka [portavoz del Gobierno vasco], en que comparaba la situación actual con el franquismo. Otra cuestión es el debate sobre las estrategias concretas puestas en marcha a partir de ese diagnóstico. Sí admito que eso es de todo punto discutible, también desde la perspectiva de los principios éticos revolucionarios. Y tengo claro que ahí tenemos algo sobre lo que reflexionar.
España ha excarcelado a unos 60 presos por decisión del Tribunal de Estrasburgo. ¿Pueden esperarse más excarcelaciones masivas similares?
Tuvimos una alegría tremenda, también en el terreno político, porque se demostró que, incluso luchando en el ámbito de su legalidad, a veces se obtienen grandes victorias. Estoy seguro de que el cambio de estrategia tuvo gran influencia en esa sentencia.
¿Percibe fuerza suficiente en la sociedad para lograr que la situación de los presos se mueva?
Querría contestar desde la perspectiva de nuestro compromiso ético: nosotros somos militantes políticos, voluntarios, somos ciudadanos vascos que luchamos gratuitamente por nuestro país, con todas nuestras virtudes y todos nuestros errores. Por tanto, no somos quien para juzgar a nuestro pueblo; antes bien, nuestro pueblo es nuestro juez. Los presos políticos vascos recibimos mucho apoyo y amor de nuestro pueblo, pero, al mismo tiempo, los presos y los militantes de la izquierda abertzale nos debemos a él y, desde ese punto de vista, le admitiré que, acaso, no hayamos sabido cumplir con la rapidez e inteligencia necesarias los cambios que nuestro pueblo nos planteó hace mucho tiempo. Eso también tendría que servirnos para la autocrítica, porque eso también se lo debemos a nuestro pueblo.
Más de una vez les han negado la oportunidad de salir de la cárcel, a usted y los demás condenados en el caso Bateragune. Tendrán que cumplir toda la condena. ¿Por qué?
Desde el principio, tuvimos bastante claro que cumpliríamos toda la condena. Recuerdo cuando me llevaron al registro de la casa de San Sebastián y, al pasar por el peaje de Zarautz, pensé que pasarían bastantes años hasta volver a pasar por ahí. Nos parece que la razón por la que tenemos que cumplir la condena íntegra es que el mensaje que transmitía el gobierno español a las cancillerías de todo el mundo seis o siete años atrás era que estaban destruyendo a ETA y conduciendo a la izquierda abertzale a la marginación política. Con nuestro cambio de estrategia, pusimos patas arriba ese contexto y llevamos la confrontación al terreno político, desbaratando los objetivos del Estado. Eso no nos lo perdonan y por eso estamos presos. Así las cosas, aprovecharía para reafirmar otra vez que, en ese camino hacia la paz, el trabajo de Sonia [Jacinto], Arkaitz [Rodriguez] y de Miren [Zabaleta], etc. [todos ellos condenados en el caso Bateragune], así como el de Jesus Egiguren [ex presidente del PSE-EE] y Paco Egea, fue mucho más importante que el mío.
En su caso, le han despojado de la oportunidad de trabajar en política. ¿Reparará el Tribunal de Estrasburgo al menos eso?
No dudo de que, en el ámbito jurídico, Estrasburgo nos dará la razón. En el terreno político, en cambio, cuando salga, no será el gobierno español ni los tribunales quienes decidan dónde estaré, sino nuestros militantes.
Cada día recibe mensajes de solidaridad de todo el mundo. ¿Piensa que ha llegado al mundo algún indicio de la injusticia cometida con los condenados en el caso Bateragune?
En nuestro caso —como en el de muchos otros—, nuestro compromiso nos ha supuesto tener algunas relaciones estrechas en el ámbito internacional. Ahora estamos aprovechando eso y lo ocurrido en el caso Bateragune para evidenciar la verdadera naturaleza antidemocrática del Estado y el problema general de los presos. Ese trabajo ha dado resultados y creo que todavía dará más.
La izquierda abertzale Tras la reflexión y el debate internos, ¿cómo ve, actualmente, a la izquierda abertzale?
El análisis realizado durante estas últimas y largas décadas me ha llevado a la conclusión de que la izquierda abertzale dispone de una capacidad enorme para crear nuevos escenarios y sembrar una gran ilusión entre nuestro pueblo. Pero, luego, tiene unos problemas terribles para adecuarse al nuevo escenario y actuar en coherencia con él. Siempre nos surgen grandes inercias de responder a las nuevas situaciones con los esquemas del pasado o de siempre.
¿Podría concretar eso?
Por ejemplo, tenemos una propensión tremenda a utilizar esquemas políticos, modelos organizativos o formas de dirección del pasado, cuando son imposibles, al menos si queremos obtener el beneficio político correspondiente a la nueva estrategia y a los nuevos escenarios. Si, en su momento, el cambio de estrategia implicó una primera revolución, ahora hay que afrontar la segunda, que implicará el cambio de nuestra cultura política; sólo así lograremos crear un proyecto independentista renovado y formar en el País Vasco una mayoría social sólida favorable a él. Sé que Sortu está pensando en ella, y estoy seguro de que acertará.
La izquierda abertzale ha decidido avanzar unilateralmente. ¿Chocará ello en algún momento con la cerrazón de Francia y España?
El motor del proceso es el choque democrático. ¿O alguien cree que podemos obtener nuestros objetivos sin choques ni luchas? Y, dicho eso, iría más allá: nuestra estrategia histórica tenía como objetivo la negociación y el acuerdo con el Estado de un marco democrático que incluyera nuestros derechos nacionales y democráticos. Pues acaso nos haya llegado el momento de empezar a pensar que tendremos que llevar a cabo el proceso de liberación, íntegramente y hasta el final, sin acuerdo alguno con el Estado.
¿No existe espacio alguno para el acuerdo?
Nos lo muestra Cataluña. Y, analizando la posición actual e histórica del Estado —a menos que ocurra una revolución a escala estatal—, todo aquel que plantee una tercera vía no hace más que vender humo. Eso les pasa a Unió [Democràtica de Catalunya] y a los que hablan de soberanía compartida. ¿O acaso alguien cree que los gobiernos del PP o el PSOE tienen voluntad de compartir con alguien la soberanía que sólo es del pueblo español? Seamos realistas: aquí, la única alternativa es la independencia.
La izquierda abertzale se encuentra sumergida en el trabajo institucional, en todas las instituciones. ¿Ves algún riesgo de que ello desgaste su capital militante y ansia por cambiar la sociedad?
Una vez leí a Lenin que “hacer política es como andar al borde del precipicio”. Por tanto, para los que queremos cambiar el mundo, nuestra actividad política está llena de riesgos, contra los cuales creo que existen dos poderosos antídotos. Por una parte, tener muy claro que, siendo el trabajo institucional muy importante y necesario, no obtendremos nuestros objetivos nacionales y sociales solamente con el trabajo que hagamos en ese ámbito. Y, por la otra, que, para conjurar el riesgo de ser asimilados por la política cotidiana, nos resulta de todo punto necesario crear y construir contrapoderes ciudadanos (en el sindicalismo, la ecología, el feminismo, la cultura…).
¿Autónomos?
Esos contrapoderes necesitan autonomía total y espacio ilimitado para la crítica, porque sólo así serán efectivos. Con esos dos antídotos nos aseguraremos de que el trabajo que realicemos en las instituciones y en las luchas populares van de consuno, es decir, en la dirección de construir una sociedad libre, culta y socialmente avanzada.
¿Qué opinión tiene del trabajo que está realizando EH Bildu —incluyendo a Sortu— en las instituciones?
Quiero transmitir mi apoyo, respeto y admiración a todos cuantos trabajan en esa tarea. Eso no significa —y lo saben— que no sea crítico con varias decisiones o con diversos estilos y modos de gestión. Pero yo estoy en la cárcel y ellos, trabajando, y también tengo eso en cuenta. No obstante, mi opinión no es la más importante; la más importante es la opinión del pueblo, ya que a él corresponde juzgar nuestro trabajo. Para saber si los que queremos cambiar la sociedad estamos hacien bien o mal nuestro trabajo institucional, tenemos que responder a una simple pregunta: ¿qué cambio han percibido los ciudadanos en las instituciones que gestionamos, por ejemplo, en la política de vivienda? ¿En política social? ¿En cultura? ¿En los procesos de participación ciudadana? Ahí nos jugamos el crédito quienes queremos ser una alternativa transformadora. Ahí está la clave.
¿En qué ha acertado, en estos tres años, la izquierda abertzale? ¿En qué ha fallado?
Aunque todavía tenemos un largo camino que recorrer, diría que hemos acertado de pleno en el cambio de estrategia y en la conclusión de alianzas populares amplias (EH Bildu). Los fallos son los ya mencionados, es decir, seguir respondiendo a la nueva estrategia con formas y esquemas políticos del pasado, porque eso limita mucho el potencial.
¿Cuáles son, a su juicio, los principales retos de la izquierda abertzale en la época política que viene?
Matizo nuevamente que yo no estoy en la calle y, por tanto, tampoco en la dirección. Por eso, las mías son sólo aportaciones y como tales deben entenderse. Así, en primer lugar, diría que aún no nos hemos percatado de la dimensión de la fase histórica en que vivimos. Por un lado, de que la crisis capitalista no es una crisis cíclica ordinaria y de que implica un choque económico y político que tiene como escenario al mundo entero, entre otras razones porque implica el hundimiento de la que hasta ahora ha sido la potencia hegemónica —los EEUU— y el prolongado nacimiento de nuevas potencias que se están reanimando —China, sobre todo—. Si nos percatáramos de ello, entenderíamos mejor lo que está ocurriendo en Ucrania o Siria, o la decisión de Japón de rearmarse.
¿Y en el País Vasco?
El otro eje es la crisis estructural del Estado español, en que están en solfa todas los fundamentos construidos en la transición. En ese contexto, tengo claro que el proyecto de liberación surgido desde el pueblo ha agotado una fase. Por tanto, debemos devolver ese proyecto al pueblo y, con él, soñar, debatir y construir un proyecto independentista y socialista que responda al contexto de los albores de este siglo XXI. Para ello, el debate, como es estratégico, debe salir de las estructuras cerradas y realizarse en los pueblos y con el pueblo, porque ahora, más que cohesión, se necesita ilusión y pasión para la lucha.
¿Puede concretar más su propuesta?
A la hora de emprender nuestro camino, tomo la lección del proceso de creación de Herri Batasuna —cuando se organizó pueblo a pueblo, cuando defendía la filosofía de que el mejor alcalde es el pueblo, cuando optó por la unidad popular…—. Hace poco he leído a Hasier Arraiz que, en este momento, lo verdaderamente importante es organizar bien un Frente Amplio más allá de Sortu. Estoy de acuerdo. Y ese Frente Amplio no puede perder su pluralidad, sus distintas culturas internas y, sobre todo, el modelo de funcionamiento democrático, en que las decisiones las toman todos los militantes. Sólo así lograremos construir el Frente Amplio de modo estable y efectivo. Si alguien me preguntara cuál era el objetivo que perseguíamos con el cambio de estrategia, le contestaría que, en el ámbito nacional, realizar un proceso como el que se da en Cataluña y, en el terreno político-ideológico o en el modelo organizativo, el que Herri Batasuna puso en marcha en 1978.
El PNV ha solido imputar como responsabilidad de la izquierda abertzale el que se saliera del ciclo político-militar sin compensación alguna, por haber dejado pasar trenes. Dicha crítica ¿es digna de ser tomada en consideración?
No tengo ningún problema en reconocer que, en los procesos en que he sido protagonista (Lizarra, Loyola), hemos cometido errores. Y, dicho eso, no pongo la responsabilidad de esos errores en tejados ajenos, sino en el mío. Que quede claro. No obstante, mi preocupación es qué quiere obtener el PNV diciendo cosas así. ¿Crear tensiones entre nosotros? ¿O que nosotros, siguiendo las dinámicas del pasado, critiquemos duramente la posición del PNV en esos procesos? Lo digo de nuevo: es momento de mirar hacia delante, no hacia atrás. En ese sentido, la carta publicada por Ibarretxe e Iñigo Iruin [en que pedían la libertad de los condenados en el caso Bateragune (n. del tr.)], además de plausible, me parece ejemplar. Ése es el camino.
¿Qué le parecen las sentencias de la Audiencia Nacional sobre las herriko taberna y los 40 jóvenes de Segi?
La absolución de los jóvenes nos alegró mucho; la sentencia sobre las herriko taberna, en cambio, nos preocupó. Y miramos con la misma preocupación a los juicios venideros. No obstante, no necesitamos realizar grandes análisis políticos en torno a las sentencias. Al cabo, no debemos olvidar que la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional son instrumentos políticos que actúan bajo el control del gobierno y que éste los empleará para detener el proceso.
El proceso soberanista y el País Vasco
En varios países europeos, los procesos soberanistas están rebosantes de fuerza: Cataluña, Escocia… ¿Qué opinión tiene de la situación que vivimos?
Hace algo más de cinco años, cuando escribimos la ponencia Argitzen, decíamos que “actualmente, pueden crearse nuevos estados, también en la Unión Europea, siempre que se construyen mayorías sociales amplias para ello”. Recientemente, Escocia lo ha demostrado —y, aunque haya ganado el no, estoy seguro de que más pronto que tarde veremos la independencia escocesa—. También en el Estado español, con sus grandes peculiaridades, está en marcha el proceso independentista catalán. En el País Vasco, veo que las tareas básicas para un proceso así están bastante atrasadas, entre otras razones porque aun no se ha puesta en marcha el debate popular para esbozar y construir el proyecto independentista y de izquierda para el siglo XXI.
Sigue de cerca la situación catalana. ¿Lograrán los independentistas catalanes su objetivo: crear un estado soberano?
En comparación con nosotros, Cataluña ya ha realizado el mencionado debate. También tiene una hoja de ruta precisa, incluso el Libro blanco de la independencia. Por si fuera poco, se han puesto en marcha miles de voluntarios para ir casa por casa a convencer a la gente de la necesidad de la independencia. Eso proceso tendrá dificultades, obstáculos terribles, pero, a mi juicio, es irreversible. Y lo es porque el proceso, en su origen y desarrollo, ha surgido del pueblo. Eso nos debería dar la oportunidad de aprender.
¿Cómo puede influir eso en el País Vasco?
Ya está influyendo, entre otras razones, porque quienes vienen a usted o a mí nos plantean la misma pregunta: ¿por qué no está en marcha en el País Vasco el mismo proceso independentista que en Cataluña? Estoy seguro de que cada vez sectores más amplios se hacen esa pregunta.
¿En el País Vasco, se están aprovechando como es debido las oportunidades políticas que pueden surgir en ese contexto?
Repito que no estoy en la calle ni en la dirección… Y, por tanto, responderé con toda sinceridad lo que veo desde mi celda: a mi juicio, no.
Gure Esku Dago está uniendo a abertzale de distintas tendencias y a muchos agentes partidarios del derecho a decidir. Después de la demostración de fuerza del 8 de junio, ¿es optimista respecto a la que pueda aportar?
El primer paso ha sido espectacular. Ahora se han anunciado otros y, en mi opinión, está llegando el momento de acompañar las movilizaciones de propuestas concretas. Dicho eso y, aunque pueda resultar algo atrevido, si tuviera que decir algo a las personas implicadas en ese movimiento sería que no dejen que nadie se entrometa en la agenda de lo que sólo es del pueblo; que sea del pueblo, y, de ningún modo, de los partidos.
¿Puede el País Vasco emprender el camino de la soberanía sin deshacer el nudo del conflicto? ¿O considera que lo primero es superar las consecuencias del conflicto?
Cuando, en su momento, planteamos el cambio, dividimos, de modo muy mecánico, el proceso en dos ámbitos: primero superar las consecuencias y, después, resolver el conflicto político. Visto con la perspectiva temporal, pienso que, en aquella época, el esquema clásico de la negociación todavía pesaba mucho entre nosotros o, al menos, en mí. De ahí que yo también deba hacer autocrítica. Ese esquema nos ha hecho entender y detener el proceso en términos muy cerrados y mecánicos. En lugar de entenderlo y desarrollarlo en términos dialécticos y dinámicos. Por eso, diría que deberíamos entender el proceso en su totalidad.
Por tanto, hay que acometer la cuestión de la soberanía.
Emprender el camino de la soberanía, además de posible, es también imprescindible. ¿Por qué? Porque puede ser la vía más efectiva y, seguramente, la única para forzar soluciones políticas tanto en el ámbito de las consecuencias como en el político. Por tanto, el eje de nuestra estrategia general debe ser el proceso independentista e inscribir ahí las consecuencias del conflicto. Y superar mediante decisiones uniliterales los elementos de la agenda que sólo puedan superarse unilateralmente, para reforzar el proceso independentista. Ahí debemos colocar la tarea de los presos. Es decir, colocar los pasos que demos en favor del proceso independentista y de su desarrollo, para dar una solución a ese problema, gradual, pero general y total.
¿Se imagina un País Vasco independiente en un plazo relativamente corto?
Aun no tenemos sobre la mesa propuestas —¿qué tipo de estado?, ¿qué modelo social?— ni hoja de ruta concretas —¿en qué plazos?, ¿qué sujeto?— para que el País Vasco sea un estado. Por tanto, este país no tiene los instrumentos necesarios para acometer ese proceso. Ese camino sólo puede hacerse en un debate amplio y abierto, pueblo a pueblo, sin tabúes ni prejuicios. Hay que crear un proyecto constructivo y atractivo, que active pasión e ilusión. El camino no será fácil, pero, haciendo eso, nos percataremos de que la independencia es más asequible de lo que pensamos.
La territorialidad del País Vasco
Para algunos, territorialidad a independencia son opciones contrapuestas o imposibles, alegando que debe respetarse el ritmo de cada provincia o ámbito. ¿Son incompatibles?
Esos debates generan desconfianza y miedo en algunos sectores y eso, en gran medida, puede ser comprensible. Yo, en cambio, los contemplo con gran alegría. ¿Por qué? Pues porque indica que, por fin, hemos salido del terreno de la reivindicación del estado propio y nos hemos empezado a ubicar en el de su materialización.
¿Debe respetarse la capacidad de decisión de los tres ámbitos?
Aunque para nosotros sea claro el objetivo final —un estado vasco formado por los siete territorios—, debemos tener en cuenta que tendremos que respetar los tres ámbitos de decisión: la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), Navarra y el País Vasco del Norte. Por tanto, lo que debe establecerse en ese debate nacional y popular, entre otras cosas, es cuál es el medio más efectivo para llegar a la meta final, considerando las distintas correlaciones de fuerzas que hay en cada realidad jurídico-política. Y, repito, al ser tan importante ese debate, y tan profundas las decisiones que hay que tomar, no se puede realizar en los aparatos de los partidos. Antes bien, esas decisiones se deben tomar entre miles de independentistas, mediante un proceso participativo que debe realizarse a lo largo y ancho del País Vasco. De lo contrario, nos equivocaremos.
¿Qué priorizaría políticamente: la independencia de una parte o la obtención de la territorialidad del País Vasco del Sur o de todo el País Vasco?
La prioridad y lo único que importa es establecer el medio más efectivo para llegar a los objetivos
Navarra puede estar ante una situación política distinta, ya que parece que el régimen regionalista navarro se está despeñando. ¿Es optimista?
Es evidente que el régimen construido en la transición atraviesa una grave crisis y que sectores cada vez más amplios están a favor del cambio. En ese sentido, soy optimista, pero también prudente, porque no podemos olvidar que Navarra es un problema de Estado y, por tanto, harán todo lo posible para salvar al régimen.
¿Ve posible un gobierno alternativo en Navarra sin el PSN, esto es, un gobierno progresista que aúne a EH Bildu, Geroa Bai, Podemos e Izquierda-Ezkerra?
La señora Barcina no es sólo la candidata de UPN, también lo es del régimen. Y, por tanto, sabe que, además del apoyo de UPN, tiene el del PP y el del PSOE. De modo que una alternativa sin el PSN, además de posible, es imprescindible. Así las cosas, si el bloque por el cambio obtiene mayoría absoluta, estoy seguro de que, aun entonces, el Estado, para impedir el cambio, moverá la pieza del PSN para realizar un pequeño cambio y formar un gobierno alternativo a la UPN. Eso sí, con varias condiciones: excluir a EH Bildu y negar a los navarros la palabra y la decisión. Por tanto, cuidado con identificar el cambio sólo con la expulsión de UPN, porque cuando hablamos de cambio, hablamos de una iniciativa de mayor profundidad, al menos los independentistas de izquierda.
¿Qué tarea debería desempeñar la izquierda abertzale en ese camino?
En Navarra, debemos actuar con responsabilidad histórica y total generosidad y, por tanto, ser conscientes de la importancia de Navarra en nuestra estrategia nacional. Por eso repito que la izquierda abertzale debe salir de su nosotros pequeño y dirigirse a nuestro nosotros grande. Poniendo los intereses de los navarros y de todos los ciudadanos vascos por encima de nuestros intereses pequeños y debatiendo y decidiendo en Navarra las líneas y propuestas que haya que seguir en Navarra.
El socialismo del siglo XXI
En una entrevista, declaró que, en la Europa actual, la tarea de los revolucionarios es defender los objetivos de la socialdemocracia. ¿Cómo ve la situación?
No nos encontramos en una crisis cíclica normal del capitalismo. Crisis como ésta sólo han ocurrido tres o cuatro veces en la historia del capitalismo —como ha explicado G. Arrighi, en el libro El largo siglo XX—. Todas esas crisis han solido anunciar el final de un ciclo de acumulación capitalista y el inicio de uno nuevo. Y no está de más recordar que han solido acabar en grandes guerras.
¿Qué tiene de especial la crisis actual?
En comparación con las anteriores, tiene una especificidad: el anunciar también el agotamiento del capitalismo, ya sea por el inicio del agotamiento de diversas materias primas, ya sea por el cambio climático o ya sea por la supuesta confrontación nuclear. Por tanto, ya está en peligro la supervivencia misma de la especie humana. No quiero ser apocalíptico, pero muchos de los conflictos que ocurren en el mundo —el de Ucrania, por ejemplo— o la decisión de rearmarse de Japón no presagian ningún futuro apacible. De modo que se trata de una reorganización económica y político-militar a escala planetaria.
¿A dónde vamos, pues?
La crisis no tiene solución económica, sino política. Ahora, para aumentar su tasa de beneficio, la oligarquía financiera e industrial ha empezado a desmantelar el Estado del bienestar, derrochando dinero público para llevarlo a manos privadas y rapiñando y sobreexplotando las materias primas. Ése ese su modelo para salir de la crisis. En ese contexto, hay que entender que muchas medidas económicas y sociales que ha defendido la socialdemocracia —sus modelos nórdicos— actualmente son revolucionarias —la defensa del sector público, las políticas sociales…—, entre otras razones, porque son contrarias a la oligarquía. Por tanto, a quienes nos toman por radicales les diría que repasaran, por ejemplo, el programa histórico —de la década de 1980— del Partido Socialdemócrata Sueco, y se percatarían de lo que estamos hablando. No estamos vendiendo humo, a pesar de que tenemos claro que los programas de la —verdadera— socialdemocracia no pueden ser nuestra estación final, pero sí la primera hacia un socialismo basado en la igualdad y la justicia.
Sortu se considera socialista. ¿Qué es ser socialista en la Europa de 2014?
Resumiendo, le diría lo siguiente: comprometerse con las condiciones de vida para la felicidad de todos los seres humanos, ya sean económicas, sociales o culturales. Tomar como único valor lo que dijo Protágoras: “el ser humano —aunque él dijo el hombre— es la medida de todas las cosas”. Así, hay que desarrollar una economía que sacie las necesidades de todos los seres humanos, y no el ansia de acumulación de una ínfima minoría, como hace el capitalismo. Ser socialista es oponerse a las guerras y estar a favor de la paz, de la libertad de los pueblos y en contra del imperialismo. Y, por encima de todo eso, ser consciente del siguiente principio ético y moral: sentir cada injusticia que se cometa contra cualquiera en el mundo como si nos la hubieran hecho a nosotros, porque todos los hombres y mujeres del mundo formamos una familia universal.
Y ¿desde el punto de vista del País Vasco?
Cuando se pregunta por el socialismo —la pregunta me alegra mucho—, es muy habitual oír que nuestras alternativas económicas o bien son locuras, o bien ocurrencias, o están importadas de otros modelos (Cuba, Venezuela…). Eso tiene como objetivo distorsionar nuestras propuestas. Nosotros, en cambio, tenemos que decir que el País Vasco debe construir su propio modelo de socialismo, que tenga en cuenta las características culturales, sociológicas y socieoconómicas de la sociedad vasca, y se base en ellas. En segundo lugar, le diré que, a nuestro juicio, la superación del capitalismo, más que imprescindible, es algo de vida o muerte para la especie humana, pero teniendo claro que no se puede realizar de un día para otro ni en un solo país. Eso tiene que hacerse a escala mundial, y con el consenso de la sociedad; no hay otra manera.
¿Están relacionadas las soberanías política y económica?
En mi opinión, debemos recuperar la soberanía económica al mismo que tiempo que la política. Una vez hecho eso, construir un sector público lo más fuerte posible, recuperar el control público y democrático en los sectores estratégicos —energía, por ejemplo—, poniendo la propiedad privada, en esos casos, al servicio de toda la sociedad; garantizar la provisión pública y universal de la educación y la sanidad, reforzar su control popular y democrático, impulsando y respetando la paridad entre hombres y mujeres… Al fin y al cabo, construir las bases materiales y culturales para garantizar la felicidad de todos los seres humanos.
¿Es optimista respecto a la situación de la izquierda en el mundo?
Hay razones para serlo, pero también hay motivos de preocupación. Si nos fijamos en la fase histórica antes citada, hace tiempo que sostengo la necesidad de que la izquierda construya — tomándose el tiempo necesario— una nueva internacional, a escala mundial. Lo repito: con la supervivencia de nuestra especie en peligro, hay que poner en marcha una estrategia a escala mundial, entre otros ámbitos, a favor de la paz y por el desarme nuclear; para impulsar una dinámica contra el cambio climático y para dar una alternativa global al neoliberalismo. ¿Cómo? Al hilo de esa conciencia universal antes mencionada, hay que plantear una reorganización radical de las Naciones Unidas y construir instrumentos alternativos para algún tipo de gobernanza mundial, con referencias éticas y morales de todo el mundo. Por ejemplo, aunque están muertos, Mandela, Rosa Parks o, entre los vivos, Pepe Mújica, Al Gore, Malala Yousafzai, Desmond Tutu, Pérez Esquivel y algunos otros ganadores del Premio Nobel de la Paz…, políticos que siempre han tenido la capacidad de salir de la perspectiva de su partido y poner los intereses de toda la sociedad por delante —Fidel Castro, también lo podría ser Ibarretxe— o cineastas —Oliver Stone—… Por tanto, resumiendo, en esa reorganización de las Naciones Unidas, debe organizarse un consejo mundial que impulse esa necesaria conciencia universal. Debemos dar formar a ese tipo de propuestas y sería hermoso que los primeros trabajos para ello se emprendieran en el País Vasco, porque demostraríamos nuevamente que lo pequeño también es grande en su pequeñez.
En España, la creación de Podemos ha generado gran controversia. ¿Ve futuro a ese movimiento? ¿Qué le parece el trabajo que pueda hacer?
Como utilizarán en su contra todo lo que yo pueda decir de Podemos, seré muy cauto en la respuesta: parece que nos traen aire fresco.
Arnaldo Otegi (Elgoibar, Guipúzcoa, 1958) es un preso político vasco, lleva cinco años en la cárcel. Es uno de los dirigentes más conocidos de la izquierda independentista vasca.